lunes, 16 de abril de 2012

La economía desde la reflexión teológica: Un desafío a la moral social


Francisco Castro* 

Los sistemas económicos suponen verdaderos desafíos a la moral social. Ha resultado utópica la definición de que la economía debe tender al bien común. Sin embargo, es inviable una economía simplemente tecnocrática, que no atienda la libertad individual de la persona. No hay más que ver la situación en la que nos encontramos, que ya había advertido la Iglesia a los poderes públicos desde hacía algunos años.

Hemos oído muchas veces que las Sagradas Escrituras tienen respuestas para todos los problemas de la humanidad. Pues también prefiguran lo que debe significar una economía basada en la justicia social. Evidentemente, las Sagradas Escrituras hay que entenderlas desde la comprensión teológica. Ha sido un error de algunos teólogos sacar conclusiones políticas o extrapolar la palabra de Dios revelada a teorías políticas.

En las Sagradas Escrituras se ocuparon de la economía los hagiógrafos antiguos, los sucesores de Cristo; luego los Santos Padres escribieron a la luz de la inspiración, y también la Tradición y el Magisterio reflejaron la Palabra hasta configurarse la Doctrina Social de la Iglesia. 

Por resumir, hay dos problemas que centran la exégesis: la libertad a disponer de bienes temporales y el uso de esos bienes. Dos problemas que han estado latentes en los sistemas económicos de la humanidad; la libertad individual y colectiva, la justicia social y el ámbito familiar. Todo ello repercute en el estado de las sociedades.

En el Antiguo Testamento, desde el libro del Génesis, el hombre participa de los bienes de la tierra, según el designio de Dios (Gen 1,28). Pero, desde entonces no se habla de un derecho individual, sino colectivo. La humanidad necesita los bienes temporales; deben estar a su alcance. ¿De quién es la tierra?, “mía” (Levíticos 25,23). Esta idea produjo profundas dificultades a las clases pobres en la Edad Media. No es un problema nuevo.

Los profetas nos dejan la advertencia de lo que se repetirá en la historia de la humanidad: “pisoteáis al indigente y le quitáis las porciones de su trigo” (Amós 5, 11). Es cierto, por tanto, que las Sagradas Escrituras tienen actualidad permanente.
Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento reconocen el derecho a tener bienes, pero esos bienes deben llegar a todos con la justicia necesaria. Los primeros judeocristianos se organizaban en comunidad, y también necesitaban un sistema económico para su supervivencia, un sistema justo porque “distribuían a cada uno según lo que necesitaban” (Hechos 2,45).

Los Santos Padres, que siguen los principios bíblicos, confirman el destino universal de los bienes para todos e insisten en la función social de la economía, al mismo tiempo que advierten de los abusos y egoísmos. “Del hambriento es el pan que tú retienes” (san Basilio).

Precisamente, en el Nuevo Testamento, Cristo, que centra su misión en el Reino de Dios, lanza mensajes claros sobre estos abusos y egoísmos: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lucas 16,13). Ante las injusticias del mundo, Cristo sienta las bases de una Iglesia que tiende su mano preferencial por los pobres (Mateo 25, 31-46).

El Concilio Vaticano II, en su decreto “Apostolicam actuositatem” (nº7) lo deja muy claro. Los bienes temporales han sido desfigurados por graves defectos. Los errores humanos han dado lugar a la corrupción de las costumbres y en muchas ocasiones a la conculcación de la persona humana.
La constitución conciliar “Gaudium et Spes” (nº64) aclara que la economía debe estar al servicio del hombre. Por tanto, la economía no se puede entender sin su dimensión ética y moral, porque debe tender el bien de la persona.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que se vende tanto en el Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias (ISTIC) como en las Librerías Diocesanas, es un documento valioso para  acercarse a los entresijos de la economía y la política desde la visión del Magisterio de la Iglesia. Las revistas Sal Terrae y Razón y Fe analizan la evolución del paro, su crecimiento y sus razones desde 1975. 

Y, por último, no quiero dejar de mencionar los problemas del aborto y la eutanasia. Es una aberración que muchos estados favorezcan esta cultura de la muerte para el control de la población cuando en este mundo hay recursos suficientes, además de ciencia y tecnología para crearlos. Naturalmente, estamos ante un reparto injusto de los bienes.

De la dimensión ética y moral de la economía también se tratará en el XXI Congreso Internacional Diálogo Fe-Cultura, que como hemos venido informando abordará en esta ocasión el tema monográfico de la “Crisis”, que comenzará el próximo lunes 23 de abril. Les aseguro, como ya dije en un comentario anterior, que este congreso supondrá uno de los acontecimientos académicos más importantes del presente curso. 

*Periodista

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